¿Por qué los demonios y los ángeles caídos no pueden arrepentirse y salvarse? La respuesta a esto nos va a mostrar algo maravilloso acerca de nosotros mismos. ¿Por qué no se puede convertir el reino de las tinieblas? Después de todo, el enemigo los engañó a ellos como a nosotros, sin embargo, se nos ha dado la oportunidad de arrepentirnos de nuestra lealtad a Satanás y regresar a Dios. ¿Por qué ellos no pueden? ¿Por qué no lo harían?
Han habido personas en la historia de la iglesia que pensaban que los demonios y los ángeles caídos se salvarían al final, porque Dios es tan magníficamente indulgente, su gracia es tan buena y su poder tan invencible. ¡Seguramente Él los perdonará! En realidad, no es una cuestión de perdón. Es evidente que Dios tiene en su corazón el perdonar. Es concebible que los demonios y los ángeles caídos puedan ser perdonados, pero eso no es lo que está en juego aquí. Hay dos lados en este enigma.
Antes que nada, los demonios y los ángeles caídos no quieren arrepentirse. Han tomado una decisión y no tienen ningún deseo de cambiarla, estando totalmente comprometidos tanto con su orgullo como con su rebelión. Han llegado a un completo acuerdo con el mal y el maligno y literalmente no ven razón para cambiar sus mentes: son el pecado personificado. ¡Los humanos estamos solo “medio comprometidos” con el pecado y con el mal en comparación con ellos!
El otro lado es la absoluta imposibilidad de que sean atraídos al arrepentimiento debido al ambiente radicalmente diferente en el que viven. Esto requiere algunas explicaciones. Ellos viven en (lo que para nosotros) es el reino invisible y espiritual de la creación; nosotros vivimos en el mundo visible y material, ciegos a ese otro reino, el cual a veces podemos ver e interactuar cuando estos espíritus rompen el velo para intentar engañarnos. ¡Qué poco apreciamos el hecho de que no podemos ver el reino invisible! Cuán a menudo nos lamentamos: “Si tan solo pudiera ver a Dios…” Y, sin embargo, nuestra esperanza de arrepentimiento y redención radica en éste regalo de misericordia y de protección divina, ya que nuestra visión está envuelta en el ámbito material.
Más grave que una ceguera material es una ceguera espiritual, la cual es el efecto funesto que les sucedió a Adán y Eva cuando cayeron en el pecado: ya no podían contemplar a su Dios con una idea verdadera y precisa de quién es realmente. Perdieron de vista su imagen, le creyeron a la serpiente, pecaron y se escondieron del Creador. Pero el Señor preparó el reino material como una red de seguridad para atraparlos cuando cayeron. Ya estando en un mundo físico, Adán y Eva quedaron ciegos a Dios la mayor parte del tiempo, tal como actualmente todos lo estamos, pero todavía podían ser alcanzados por Él a través de su Palabra, de su ayuda y de su guía mediante el Espíritu Santo.
Al dejar abierta esta “puerta de escape”, el Señor se aseguró de que tendría un camino para revelarse a Sí mismo a sus hijos caídos y hacernos saber de la necesidad de arrepentirnos. Gradualmente, el Espíritu Santo trabaja con todos nosotros desde el nacimiento, tratando de convertirnos de las tinieblas a la luz, de la necedad a la sabiduría, y de ese modo nos abre a devolver nuestros corazones a Dios. La misma ceguera que nos impide ver a Dios, le permite a Él revelarse a nosotros en minúsculas medidas que podamos tolerar. Aquí vemos la diferencia: el verdadero Creador se revela de maneras suaves, sutiles y paso a paso, los demonios crean espectaculares apariciones, revelaciones, experiencias místicas para engañar a sus víctimas.
Los demonios y los ángeles caídos estaban privados de la posibilidad de “no ver” a Dios. Dios fue en todo momento y en todos los lugares completamente revelado en el reino invisible y espiritual que ocupan. Aquellos que escogieron alejarse no cayeron en la ceguera como nosotros lo hicimos. Todavía podían ver todo acerca de Dios: sus ojos están completamente abiertos a su luz. Como nunca perdieron de vista quién es Dios (como nosotros sí lo hicimos), no había nada más que Dios pudiera revelar acerca de sí mismo a ellos. Debido a que se volvieron contra la verdadera luz que eternamente brilla en el reino celestial, no había ningún lugar donde pudieran ir para alejarse de él en su rebelión, excepto huir a la oscuridad espiritual. Ellos viven en la oscuridad eterna hasta este día, con el fin de esconderse de la odiada luz verdadera que ellos rechazan rotundamente.
Compartimos una parte de este problema porque nuestros ojos también son sensibles a demasiada luz. Si Dios repentinamente se revelara a Sí mismo más plenamente, todos caeríamos como muertos a Sus pies como lo hizo Juan “el discípulo amado” en Patmos cuando Jesús apareció de repente. En la Última Cena, Juan se sintió lo suficientemente cómodo como para recostarse contra el pecho de Jesús, en gran parte porque sus ojos estaban ciegos a la plena gloria de quién es Jesús para siempre.
También en el Antiguo Testamento vemos cómo los humanos temían cuando verdaderos ángeles del Señor se aparecían, y cómo los judíos le pidieron a Moisés que solamente él se comunicara con Dios ya que a ellos les aterraba. Somos tal como conejitos cuando vemos a un humano frente a nosotros, temblando y huyendo, aunque ese humano no pretenda lastimarlos. Mucho más puede ser intimidante interactuar con nuestro Creador, y es por esto que El evita las experiencias místicas y contactos de éste tipo y las limita a lo mínimo necesario.
En un mundo donde cada vez vemos más que se promueven las prácticas para abrir la percepción sensorial, canalizar “seres de luz”, recibir “mensajes de ángeles”, abrir le tercer ojo etc etc, sabemos que todo este interés por que el humano contacte el reino espiritual no es algo que proviene de nuestro Creador, sino que proviene de los ángeles caídos y su interés por manipular humanos para sus agendas.
A medida que crecemos los ojos espirituales (a través de recibir y creer lo que Él nos revela) se nos permite misericordiosamente crecer a lo largo de un camino de confianza y obediencia a lo que hasta ahora nos ha revelado. Tal vez es hora de agradecerle a Dios que todavía está tan escondido de nuestros ojos naturales y que solo lo vemos “en parte”.
Juan 20:29 Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.